Artículo temático

La sinuosa curiosidad

Sobre por qué no siempre tememos a las serpientes y el origen cotidiano de la ciencia

Matilda insistía en preguntar por qué no podía coger las flores que el sol iluminaba justo enfrente y fruncía el ceño cuando yo sólo le respondía que por qué quería cogerlas. Iba a replicar algo cuando de repente se quedó muda, con la boca y los ojos abiertos.

‒¿Qué pasa? ­­‒le pregunté. Su cara reflejaba sorpresa y desconcierto.

‒¡Hay algo allí! ‒gritó, señalando enfrente, con la poca precisión que sus cortos dedos le permitían.

Traté de seguir su mirada, pero antes de ver qué había llamado su atención, reconocí un sonido familiar: un roce sostenido y suave. Detrás de las flores, pegada al muro se movía muy lentamente una serpiente. Apenas se desplazó una decena de centímetros y se acomodó entre dos piedras, al sol.

‒Oh, es una serpiente ‒le dije sonriendo. Da igual cuántas serpientes haya visto, siempre me hace sonreír encontrarme con una. Matilda me miraba, muy atenta. Luego volvió a mirar hacia la serpiente, pero su gesto había cambiado y, aunque seguía reflejando sorpresa, ahora mostraba intensa curiosidad.

‒¿Podemos verla? ‒preguntó, poniéndose de pie y tirándome de la mano. ‒Nunca he visto una culebra ‒insistió.

‒Pues vas a seguir sin verla, porque es una serpiente, pero no una culebra. Me parece que es una víbora.

‒¿Qué es una víbora? ‒dijo sin dejar de tirarme de la mano.

‒Un tipo de serpiente venenosa ‒le respondí con cuidada indiferencia.

Inmediatamente, Matilda dejó de tirar de mi mano y, de nuevo, me miró fijamente. Me reí mientras me levantaba y le decía que sí que podíamos verla, pero debíamos tener cuidado de no asustarla. Ver cómo las emociones, tan puras, se sucedían en su cara siempre me resultaba divertido: había pasado de la incertidumbre a la sorpresa, luego a la curiosidad impaciente, después al susto y, ahora, al verme reír, de nuevo estaba desconcertada. Todo en un minuto y reflejado con la nitidez de un mimo.

Nos acercamos a la serpiente, que como había supuesto era una víbora cantábrica y había permanecido ajena a nuestra conversación, calentándose al sol, sin moverse un ápice. Me agaché a un metro de ella y Matilda se agachó a mi lado. Ahora podía verla bien y sus ojos reflejaban fascinación.

La serpiente sacó la lengua varias veces, pero eso fue todo lo que hizo que pudiera denotar que sabía que la estábamos mirando.

‒¿Por qué no se mueve? ¿Por qué saca la lengua? –preguntó, Matilda, cada vez más excitada.

Las serpientes fascinan a casi todo el mundo; a unos pocos, los más frikis, porque les gustan, pero a la mayoría, porque las temen. Y lo que da miedo nos atrae morbosamente. En realidad, nos atrae instintivamente.

Matilda volvía a sentir curiosidad. Esa curiosidad sin mesura propia de los niños, libres de otras preocupaciones y de gran parte de la impronta cultural que nos encorseta a los adultos. A casi cualquier adulto tener una serpiente tan cerca le generaría más miedo que curiosidad, aunque, como Matilda, nunca hubiera visto una antes. ¿Es normal que las temamos? Pensemos en que, si en vez de una serpiente fuera una gineta, seguramente la reacción de cualquiera coincidiría con la de Matilda y sólo le suscitaría curiosidad.

¿Por qué las serpientes nos dan miedo?

Parece una pregunta estúpida. Nos dan miedo porque son peligrosas, pensaréis. ¿Lo son? ¿Conoces a alguien cercano que haya muerto por mordedura de serpiente? En realidad, las serpientes nos enfrentan a varias cuestiones sobre nuestro comportamiento y estas preguntas nos llevan al apasionado debate que sostienen psicólogos y biólogos sobre qué parte de nuestro comportamiento es innata y cuál es cultural. ¿El miedo a las serpientes es innato o aprendido? Pues, como casi cualquier fenómeno natural, la respuesta no es blanco o negro, sino todo lo contrario. La respuesta es sí a todo.

Las psicólogas Vanessa LoBue, Judy DeLoache (1) y la antropóloga Lynne Isbell (2) descubrieron que los humanos no tememos de forma innata a las serpientes, pero sí que tenemos una innata capacidad para fijarnos en ellas y detectarlas rápidamente. Encontraron, además, el mecanismo que lo explicaba: neuronas especializadas en responder a imágenes de serpientes más rápido que a las de otros estímulos (3). Esas neuronas se encuentran en la parte del cerebro que procesa información visual directamente, sin que intervenga la corteza cerebral. El miedo a las serpientes aparece, precisamente, cuando esa información es posteriormente procesada por la corteza cerebral (la “parte racional” de nuestro cerebro) y es relacionada con experiencias negativas o prejuicios aprendidos. Es decir, estamos innatamente predispuestos, pero el miedo lo aprendemos. Instinto y cultura, juntos.

Matilda no tenía ningún prejuicio, ni experiencia previa con las serpientes. Sí que sabía lo que era el veneno y cuando lo mencioné, titubeó. Su carita reflejaba en tiempo real cómo conectaba lo que sabía con la novedad. Pero mi risa y actitud calmada contenían información más relevante para ella que lo que recordaba del veneno. Eso fue suficiente para que su curiosidad se impusiera de nuevo. Aunque no sabía por qué, la serpiente atraía poderosamente su atención.

Esa predisposición innata tiene una explicación adaptativa: los antepasados de nuestra especie compartían hábitat con serpientes realmente peligrosas y detectarlas rápido evitaba accidentes. Ese aún es el caso para otras especies de primates, que también reaccionan rápidamente ante ellas (2), pero, ¿aún es el nuestro? El hecho de que no sea un miedo completamente innato y que deba aprenderse indica que no siempre ha sido o es pertinente. Y la realidad es que, en regiones como la nuestra, las serpientes no representan la amenaza que asume mucha gente.

Matilda no es la única que debe aprender qué temer o que no. Me río al verla mirando la víbora tan atenta, con su cabecita desproporcionadamente grande, al pensar que a menudo la llamamos renacuaja.

Me río porque los renacuajos de algunas especies de anfibios también aprenden (4) o desaprenden (5) qué depredadores deben temer. Lo hacen los de aquellas especies que usan distintos tipos de charcas, en las que las especies de depredadores pueden variar mucho. Reaccionar a todos los potenciales depredadores sería una pérdida de tiempo inasumible para ellos, que no pueden perder oportunidad para comer y tratar de crecer lo máximo antes de finalizar su etapa de renacuajos y convertirse en ranas.

Matilda no puede desaprovechar una oportunidad de aprender y me pregunta si puede acariciarla. Al hacerlo se balancea y la serpiente vuelve a sacar la lengua, agitándola rápidamente arriba y abajo, tratando de capturar toda partícula olorosa que pudiera informarle de nuestras intenciones.

‒No, claro que no puedes tocarla. Se asustaría y te mordería para defenderse. Y es venenosa, ya te lo he dicho.

‒¿Y por qué saca la lengua? ‒Insistió ella, pero ahora susurrando, para no asustar a la serpiente.

‒Usan la lengua para olerte. Además de con la nariz, como tú, también pueden oler saboreando el aire.

‒¡Shhhh! No grites, que vas a asustarla ‒me reprendió, aún susurrando. Es hilarante la facilidad con la que hace suya cualquier cosa que se le diga. Me eché a reír y le expliqué que, aunque pueden oler por partida doble, las serpientes no tienen oídos y oyen bastante mal.

‒Pero, si nos ha olido, ¿por qué no se mueve?

‒Porque cree que, si no lo hace, no la veremos.

‒Pero si está ahí mismo.

‒Cuando llegamos ya estaba ahí, entre las flores, y hasta que se movió no la viste. ¿Ves esa línea oscura en forma de zigzag? Pues ese dibujo hace que, cuando está enrollada en zonas así, sea más difícil de ver (6).

Matilda se quedó un rato callada, sin dejar de mirar la víbora.

‒Pues cuando llegamos ya estaba quieta.

‒Es que en realidad no necesita moverse mucho. Pero hay otras especies de serpiente que sí que lo hacen se dan largos paseos.

‒¿Y ésas no tiene zigzag?

‒Pues no, ésas no tienen zigzag. De hecho, una forma de distinguir a las víboras es por el zigzag.

Matilda lo preguntaba todo porque todo le resultaba sorprendente. A veces se dice que todos los niños son científicos en potencia. Y es cierto que un científico no es alguien que sabe mucho, como algunos piensan, sino alguien que sabe lo suficiente para plantear las preguntas adecuadas, de la forma adecuada. Pero, por supuesto, con eso no basta. Esas preguntas hay que tratar de responderlas mediante métodos estandarizados, falsables y reproducibles. Sin embargo, esto último cualquiera puede aprenderlo, si hay interés. Puede que lo más determinante en la ciencia, lo que marca la diferencia, sea (mantener) esa capacidad de plantear preguntas. No cabe duda de que la curiosidad tiene un papel en ello y que ésta es máxima en los niños. Quizá lo que originó y sostiene la ciencia sea un rasgo neoténico de nuestra especie. Ya sabéis, la neotenia es la retención en individuos adultos de rasgos infantiles. Se asume que muchos de nuestros rasgos físicos han evolucionado así (7) y mantener la curiosidad en nuestra adultez podría ser también un rasgo neoténico, aunque no sea físico.

Es curioso que llamamos “ciencia ciudadana” a la participación ciudadana en la recolección de datos, pero, sin embargo, pocos proyectos de ciencia ciudadana incentivan la capacidad de plantear preguntas. Muchas de las preguntas que la insaciable Matilda plantearía si le diéramos tiempo hemos tratado de responderlas ensortijadas en estos hilos, dentro de la campaña #sugebizi, que podéis leer [aquí], si os pica la curiosidad 😉. En ese proyecto hemos tratado de aunar la participación ciudadana, con la divulgación y la educación ambiental.

La sensibilización y simpatía que muchas personas desarrollan por animales “mediáticos” y populares, no siempre se hace extensible a grupos como serpientes, invertebrados, etc., que siguen generando asco o miedo. Sin embargo, sí que ocurre al revés: si se logra que alguien respete, o incluso disfrute, de esas especies denostadas, automáticamente lo hará extensible al resto de las especies. Por eso pensamos que la educación ambiental con serpientes, animales que aún mata mucha gente (incluso muchos aficionados a la naturaleza) por una infundada “legítima defensa”, tiene un valor añadido. Siguiendo la máxima de que se valora más lo que se conoce, hemos intentado mostrar la vida íntima de las serpientes y los fenómenos evolutivos y ecológicos que explican por qué son como son, tanto ellas, como otras especies. Pero también hemos intentado sembrar la misma curiosidad que a Matilda le…

‒¿Todas las víboras tienen zigzag? ‒preguntó de repente Matilda.

‒Pues no, no todas. Hay individuos que tienen dos rayas…

‒¿Por qué?

‒Pues… No se sabe.

Matilda abrió muchos los ojos, dijo “Oh” y sonrió.

Bibliografía:

(1) DeLoache & LoBue, 2009. The narrow fellow in the grass: Human infants associate snakes and fear. Developmental Science 12(1): 201-207. https://www.researchgate.net/profile/Vanessa-Lobue/publication/23718175_The_narrow_fellow_in_the_grass_Human_infants_associate_snakes_and_fear/links/5aa599130f7e9badd9ab5aa9/The-narrow-fellow-in-the-grass-Human-infants-associate-snakes-and-fear.pdf

(2) Isbell, 2006. Snakes as agents of evolutionary change in primate brains. Journal of Human Evolution 51: 1-35. http://citeseerx.ist.psu.edu/viewdoc/download?doi=10.1.1.877.560&rep=rep1&type=pdf

(3) Van Lee et al., 2013. Pulvinar neurons reveal neurobiological evidence of

past selection for rapid detection of snakes. Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) 110 (47): 19000-19005. https://www.pnas.org/doi/pdf/10.1073/pnas.1312648110

(4) Crane & Ferrari, 2013. Social Learning of Predation Risk: A Review and Prospectus. En: Social learning theory. Phylogenetic considerations across animal, plant, and microbial taxa. Kevin B. Clark (Ed.). Nova Science Publishers, Inc. New York. https://www.researchgate.net/profile/Marzena_Ciszak/publication/286539902_Plant_root_networks_and_swarm_rules/links/570c944608ae2eb94223c73f/Plant-root-networks-and-swarm-rules.pdf#page=65

(5) Gonzalo et al., 2009. Learning, memorizing and apparent forgetting of chemical cues from new predators by Iberian green frog tadpoles. Animal Cognition 12:745-750. http://faculty.bennington.edu/~sherman/neuro/Learning,%20memorizing%20and%20apparent%20forgetting%20of%20chemical%20cues%20from%20new%20predators%20by%20Iberian%20green%20frog%20tadpoles.pdf

(6) Valkonen et al., 2020. Protective coloration of European Vipers throughout the predation sequence. Animal Behaviour 164: 99-104. https://cutt.ly/EFtiKcb

(7) https://es.wikipedia.org/wiki/Neotenia_en_humanos