Artículo temático
J3, El enterramiento más antiguo del País Vasco
En 1985 Juan San Martin sabía que Jaizkibel era un lugar geográficamente muy interesante para cualquier arqueólogo, ubicado en el extremo occidental de los Pirineos es uno de los pasos naturales entre el continente europeo y la Península Ibérica.
La labor de este incansable arqueólogo, amante de la naturaleza, fue recorrer el monte de Jaizkibel de punta a punta, prestando especial atención a los indicios de ocupaciones prehistóricas que pudieran existir en el territorio. De este modo, fue como se localizó el yacimiento de J-3.
En el año 2001 revisando la información proporcionada por Juan San Martin, se inicia un proyecto de prospección arqueológica del monte de Jaizkibel que incluye el estudio del abrigo J-3. Una excavación que dirigió la arqueóloga de Aramzadi, experta en palinología Maria Jose Iriarte-Chiapusso.
El abrigo J-3
El monte Jaizkibel es un espacio que ha sido frecuentado por el ser humano desde la Prehistoria, como lo acreditan la presencia de dólmenes y crómlech. J3 es un abrigo rocoso sobre arenisca formado por la fuerza del viento y la presencia de sedimento muy abrasivo, en suspensión. Este es un factor importante, ya que influye mucho en la conservación de los restos arqueológicos, sobre todo los orgánicos, debido al carácter ácido de su sedimento. El yacimiento se encuentra dominando un emplazamiento privilegiado sobre el tramo final de un pequeño valle que mantiene un curso de agua dulce, todo el año.
Pero J-3 se caracteriza por sus conchas y éstas serán cruciales para esta historia.
Las conchas de J-3
Durante el Pleistoceno superior y parte del Holoceno inicial, las sociedades eran cazadoras-recolectoras, y Jaizkibel ofrecía todo tipo de recursos (terrestres y marinos) para sus necesidades de supervivencia. Uno de los hechos más destacables de este lugar es su gran acumulación de conchas marinas (principalmente especies de Patella), y otras especies como percebes y bellotas de mar que consumieron los antiguos ocupantes de este abrigo.
¿Quién iba a pensar entonces, que todas estas conchas que comieron nuestros antecesores ayudarían en la actualidad al trabajo del equipo de arqueología?
Pero así fue, ya que el carbonato cálcico, de las miles de conchas que se tiraron tras consumirlas, ha contrarrestado la acidez del terreno y así, se han conservado durante miles de años restos de animales como jabalíes, y lo que es más interesante: un enterramiento humano.
EL ENTERRAMIENTO MÁS ANTIGUO DEL PAÍS VASCO
Dentro de la actuación arqueológica que se desarrolló en J-3, se localizó parte de la estructura ósea de un individuo, varón de unos 30-40 años de edad, y una estatura entorno al metro y medio de altura. El hecho relevante de este hallazgo, es que corresponde a una inhumación en posición fetal y que se considera el enterramiento humano más antiguo del País Vasco, con una antigüedad de 8.000 años adscrita a la época cultural denominada Mesolítico.
El modo en que se encontraba depositado este individuo confirma que existió un comportamiento funerario por parte de otros individuos del grupo, ya que el cadáver fue preparado antes de su inhumación. Los procesos de desmembración que se generan durante la descomposición del cuerpo no hubieran permitido recuperarlo en la posición fetal (con los brazos entre las piernas y el tronco), en la que se ha mantenido este individuo durante 8000 años a no ser que lo hubieran atado en esa postura. Un individuo que se encontraba rodeado de conchas, probablemente de las que se consumieron en aquella época, el Mesolítico.
Mesolítico: exigente época
Esta época estuvo marcada por un cambio climático muy acusado, que coincide con el final de la última glaciación y el inicio del actual Interglaciar, cuando los animales de clima frío desaparecen y el bosque se extiende rápidamente. El exigente clima puso a prueba a las especies que habitaban entonces y el ser humano tuvo que adaptarse a situaciones nuevas en plazos muy breves.
El análisis multidisciplinar de los restos de este ser humano ha demostrado que el individuo tenía en su dieta un importante aporte nutricional de peces capturados a cierta distancia de la costa. De esta manera se puede entender que la necesidad en este momento climático tan exigente, impulsó al ser humano a buscar nuevas formas de conseguir alimentos y se arriesgó a la aventura de adentrarse en el mar abierto, al menos a unos dos kilómetros y medio de la costa, dato corroborado por el hallazgo de vertebras de pescado y espinas de un pez similar al rape, además de patas de marisco en el lugar donde se encontraba enterrado.
Este yacimiento es relevante porque refleja que el hombre está explotando diversos nichos en esta época, rastrea el litoral para recolectar marisco, caza jabalíes y comienza a pescar en el mar, una práctica nueva hasta entonces, quedándose así latente la versatilidad del ser humano en su lucha por la supervivencia.
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