La misión de la Cruz Roja, por dentro: tensión, lágrimas y el compromiso con los familiares
Lunes, 26 de Junio, 2017 — CEST
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Después de despedirse, los ojos del jefe de los forenses se humedecieron hasta que un pestañeo parecía bastar para que cayera la primera lágrima. Pero esa lágrima resistió y nunca apareció. Morris Tidball-Binz acaba de explicar, en un tono solemne, la carga emocional que la tarea de exhumación de los 123 cuerpos de soldados argentinos enterrados sin nombre le imprime al equipo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que trabaja en las islas Malvinas. Todos tienen décadas de experiencia en tareas similares, pero conocer lo que pasa en el detrás de escena de la misión humanitaria muestra con claridad que, para ellos, esta tarea no es una más.
El cementerio de Darwin permanecerá cercado a un kilómetro a la redonda los próximos dos meses y acordonado por un laboratorio, una morgue, contenedores, camiones y más de una decena de especialistas que caminan por el lugar vestidos con mameluco blanco y barbijo.
Son jornadas intensas que empiezan antes de que salga el sol y terminan bien entrada la noche, cuando llega el tiempo de la camaradería en el Darwin Lodge, donde se hospeda la comitiva.
En el equipo cuentan, sin embargo, que durante el día hay un ambiente especial que les recuerda dónde están y el compromiso que asumieron con las familias de los caídos en combate, que esperan respuestas. Y eso los aflojó. Al final de la primera jornada de exhumaciones, el martes último, los forenses se reunieron en el laboratorio que se instaló en el terreno y se fundieron en un abrazo. "No faltaron lágrimas", cuenta Morris, que hace su primer silencio después de unos diez minutos de hablar sin parar. "Fue un día agotador y ése fue el momento de soltar las tensiones que fuimos juntando", agrega.
El protocolo de ese primer día, en el que se exhumó sólo uno de los cuerpos, se repetirá todas las jornadas hasta fines de agosto si el clima lo permite. Se espera que incluso sean más trabajosas, pues el objetivo es tomar las muestras de hasta tres cuerpos por día.
Según un plan de acción elaborado antes de llegar a las islas, el trabajo en el terreno debe comenzar poco antes de las nueve de la mañana y debe terminar a las 16, poco antes del anochecer.
La excavación y la exhumación del cuerpo demora entre tres horas y cuatro. La remoción de la tierra con una excavadora es lo que demanda más tiempo. Una vez que se encuentra al cuerpo dentro de las bolsas mortuorias -que según Morris casi no se deterioraron en estos años-, se avanza con la extracción y posterior traslado a la morgue, donde los forenses le toman las muestras. Eso demora otras dos horas.
El ADN de los soldados será cotejado con el de las familias que dieron su consentimiento. De todas maneras, explicaron en el CICR, si alguna familia cambia de opinión y accede a proveer una muestra lo podrá hacer. Los datos genéticos serán conservados para ello.
Una vez que termina el trabajo en la morgue, el equipo se encarga de acondicionar el cuerpo para inhumarlo otra vez en un ataúd y en el mismo lugar, una tarea que sale del esquema convencional del trabajo forense, explicó Morris.
En medio de todo el proceso, coordinado por un patólogo, los arqueólogos forenses preparan en el laboratorio informes que ingresan en un sistema cerrado que se conecta con un servidor "la base", ubicada en Darwin, el pequeño pueblo cercano. Al final de cada jornada se escriben nuevos informes y se preparan los equipamientos para el día siguiente.
Morris despoja el gesto adusto cuando cuenta que antes de dormir recuerdan todo lo que pasó en el día. Destaca que el operativo es un tema "muy fuerte" tanto en lo profesional como en lo personal, como cuando uno de los especialistas rompió en llanto al llegar por primera vez al cementerio y ver las cruces blancas. Para el forense no fue algo tan inusual: "Dicen que nosotros tenemos piel dura, pero uno es científico de día y llora de noche. Esta vez también toca llorar de día".
LA NACION
Fotografía: El equipo de la Cruz Roja, en el cementerio de Darwin, en un alto de sus tareas. Foto: Hernán Zenteno / Enviado especial